14.9.10

Volar


Ayer era piloto, hoy es astronauta, mañana quizá sea superhéroe. Todo está permitido, no hay límites, ni siquiera esas cuatro paredes que son su habitación son rivales para su imaginación. Sus profesiones preferidas son aquellas en las que puede surcar el cielo. También le fascinan los pájaros, tiene como mascota un bonito ruiseñor que su padre encontró herido en el jardín y él lo adoptó hasta que sanó, pero no se vio capaz de dejar ir a su único amigo.
A veces sale al jardín, con su ruiseñor en la jaula y la deja sobre el banco, donde se sube y salta mientras mueve los brazos con fuerza, pero nunca consigue volar. Pregunta al ruiseñor su secreto, pero cree que éste no se lo desvela porque se le olvidó cómo volar, y por eso se hirió al caer desde el cielo.
Hasta que un día fue a visitar a su primo al campo, donde corrieron toda la tarde por la verde campiña hasta el río. Al correr cuesta abajo, con las piernas descontroladas por la velocidad y la emoción, se sintió tan libre que creyó que volaba. En su casa de la ciudad nunca había podido correr así. Saltó y movió los brazos. Vio sus pies alejarse del suelo y cientos de pájaros a su alrededor emprendieron el vuelo, al notar la presencia del niño. Cayó al suelo, riéndose tanto que su primo se contagió, y se dejó caer a su lado, riendo sin poder parar.
Se raspó el codo un poco, pero no le importó. Cuando llegó a casa, abrió la jaula de su ruiseñor y le dejó volar por la habitación. Se maravilló al ver que su amigo recordaba cómo volar. Luego abrió la ventana y el pájaro se posó en el alféizar, sin llegar a marcharse.

-Perdona por impedirte volar. Vete y no te preocupes, nos veremos por el cielo. Te prometo que de mayor seré piloto.

Y, simplemente, sonrió al ver a su amigo perderse poco a poco entre las nubes.

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